Recibí un video con el edificio más alto de Emiratos Arabes iluminado. Mostraba nuestra bandera argentina. Un brinco de alegría y orgullo sentí en mi corazón. Se había preocupado nuestra embajada de mostrar nuestra presencia allí. Esto es bueno, me refiero a la presencia en todo el mundo. Sería nuestro trabajo, para vender nuestros productos, mostrar nuestras bellezas. Poco duró mi alegría, cuando pensé en "nuestra casa patria". ¿Qué hemos hecho de ella? ¡Una triste realidad! Buenos Aires convulsionado con "cortes"; provincias pobres en el interior. Aún, luego de aquel 9 de julio de 1816, seguimos sin saber organizarnos como república y país. ¿Qué nos ocurre que no crecemos como ciudadanos sumidos en controversias? ¡Terminemos con la grieta! Terminemos con partidismo desvirtuado y el solo ir tras un puesto en el gobierno para solucionar nuestra situación económica personal. Achiquemos el Estado. Saneemos de corrupción e ineptitud nuestros organismos. Para poder defender nuestro suelo, desde abajo, en nuestros hogares, enseñemos la responsabilidad y el esfuerzo. Exijamos una docencia preparada y con vocación. Hagamos tarea conjunta para formar nuestros niños y jóvenes. Incentivemos el trabajo digno y productivo. No sindicalistas que mueven solo al enfrentamiento y paros. No mantengamos "esa casta" de exfuncionarios con jubilaciones privilegiadas. Canalicemos nuestra economía hacia fuentes productivas, con un orden previo de prioridades planificadas, en que todos participemos, desde donde nos toque colaborar, a ser realidad nuestro despegue: una meta, hacer grande nuestra Argentina. Ustedes, señores políticos y los aspirantes a serlo, tienen una gran responsabilidad moral. Es la de planificar y ejecutar esta realidad presente y futura. Pregunto: ¿lo harían no pensando en los honores del puesto, ni en grandes sueldos? No sólo vocación, sino necesitan, además, capacidad y sacrificio, para hacer realidad el sueño de aquel 9 de julio de 1816: ser una república libre y floreciente reconocida por las naciones del mundo.

Por Beatriz Albaladejo
Licenciada en Ciencias Políticas y Sociales