
Transitaba los años de mi niñez, junto a mis hermanos. Todo era descubrir, jugar, y también obedecer a mi madre, que con sabia paciencia nos educaba mirando nuestro futuro. Nos educaba, también, canalizando nuestras capacidades. Una de las muchas cosas que aprendí de ella fue por qué y qué era el Pesebre de la Navidad, que siempre yo era el encargado de armarlo; y el porqué debía estar en cada familia. Sinónimo de fe, renovación y respeto al Niño Jesús, que todos los 25 de diciembre se renueva y a más de dos mil años de su nacimiento, el amor, las promesas, sobre todo cuando uno es también un niño, saber, creer y tener fe en Dios. Mi niñez de pesebre y hoy mi adultez también de pesebres, me hacen recordar momentos de mucha felicidad, creatividad y esperas. Recuerdo que la parroquia de Concepción cada Navidad realizaba un concurso de pesebres que se montaban y hacían en casas de familias, sólo había que anotarse (varias veces me dieron el primer premio), previa visita de las señoras para ver la "obra de arte" y de cómo se había trabajado. Esto me ponía contento. Ellas valoraban la creatividad, los elementos, la belleza y todo que lo hiciera merecedor del mejor pesebre, a criterio de ellas, para mí todos eran hermosos. Amén de eso, yo sabía que esos días el Niño Dios estaba en mi casa, eso nos decía mi madre, que supo por qué me encargaba a mí montar cada año el pesebre de mi familia. Hoy soy pesebrero o pesebrista, con una colección de más de 400 pesebres propios. También recuerdo la Misa de Gallo, la llegada a la mesa después de la Misa y la mesa que nos esperaba con el pan dulce amasado por mi madre. Allí en la mesa navideña esperábamos las cero hora para confundirnos en un abrazo y decirnos "Feliz Navidad". La sidra sanjuanina acompañaba el brindis, porque había que dejar lugar a la ensalada de frutas, que a postre nos esperaba. Navidades más cristianas, navidades en familias, donde todo se perdona. Después de cena era un desfiladero de familiares y amigos que nos dejaban sus saludos y buenos augurios con abrazos y besos incluidos.
A todo esto, en la provincia como en el resto del país, los argentinos, allá por el año 1950, sucedía algo similar en Navidad. Se armaba el pesebre y se rezaba delante de él. En la campaña o el campo y muchos pueblos del interior de las provincias lo adornaban con la flor del cedrin o Niño urupa, que florece para fines de diciembre y que también la llamaban La Cuna del Niño, por su caprichosa presentación, colores y perfume.
