Señor Director: 

Revertir el proceso natural de la muerte, aquellos relatos de algunos intelectuales junto a una fogata en 1816, su propia orfandad temprana, aislada y solitaria, llevaron a Mary Shelley a crear la novela de un monstruo ficticio en enero de 1818. Ese ser horrible formado con partes de cadáveres diseccionados, que cobra vida a través de los ensayos de laboratorio del Dr. Víctor Frankenstein, nace sin nombre lo cual revela -elucubran los estudiosos del tema- la alienación humana, y quizás los detalles tremendos de la propia vida de Shelley que dotó a esa criatura (que pocas veces llama monstruo en la trama) de inteligencia, cierta bondad y capacidad de aprender tanto como de sobrevivir pero que por su deformidad física no puede acercarse a los humanos ni ser comprendido por ellos lo cual los críticos de la obra literaria creen que es la metáfora o trasfondo de la orfandad y de la mala relación con el padre que tuvo la autora y también aducen que tal vez sea una crítica a la revolución en ciernes sobre los productos tecnológicos e industriales y aparición de numerosos cambios en la vida de la humanidad por esas fechas. Cualquiera sea la motivación Shelley -una mujer y por cierto muy joven al momento de escribir esta novela, apenas 21 años- legó a la literatura una novela gótica con todos los condimentos para pervivir 200 años después con numerosas variantes en cine, juegos de computadora, libros y televisión.