
¿No te decíamos, querido Guido, que vos no podías irte? ¿Que eras de esos seres que uno quiere no se vayan nunca? Esa súplica te la grafiqué en un tanguito, que tuve la suerte de hacerte oír, con giros futboleros. "No te me adelantés, hermano, tené cuida’o, no caigas en orsay, que el referí te va a pitar. No ves vestido va, como de funeral, y va a batirle a todos, que estás fuera de juego, salite del orsay". Porque queríamos que te quedaras siempre con nosotros, loca aspiración, contando tus anécdotas, con esa chispa arrabalera que nos hacía morir de risa. "Quedáte aquí, jugala bien cortita. Segura, bien redonda, que yo sabré qué hacer. Con el chamuyo largo que sale de tu boca y que a mí me provoca hablar del tiempo aquel. Cuando no era tan fulera, la vida como ahora, y había tiempo e’sobra para el bar y el café. Y oír la risotada, de la muchacha mistonga, en esa esquina brava de Cerecetto y San Miguel". Porque fue así, vos narrabas y yo anotaba en mi memoria cada detalle de tus anécdotas, para después reescribirlas y enviarlas a estos correos del DIARIO DE CUYO. Cómo olvidar esos momentos, cuando arrimabas la silla y cantábamos juntos algún tango, zamba o cueca cuyana. Sigue el tango en su segunda parte "Tenés que perdonar, esta nuestra intención, de querer prolongar, tu participación. Para nosotros sos, un ser de colección, y sos un libro abierto, que junta con acierto el ayer con el hoy. Mezclando en tu cabeza, con gracia y gran destreza, las agujas del reloj. Andá a saber qué cuento trae esta noche. Qué gala, que derroche, historias de gente bien. También de gente mal, haciendo de las suyas, la vida es una aventura, pa’l que la sabe jugar. O arranca con un tango, de los años cuarenta, mostrando la polenta que tiene pa’cantar. Y tira un comentario, cerrando la jornada: señores ya es horario, de irse a’apoliyar". Sí, hermano, llegó la hora de irse a descansar. El Señor saldrá a recibirte y sabrá que llega un hijo que, como todo cristiano, registra algunos goles en contra, pero varios a favor. Pero que colaboró en la tierra con su prédica bíblica de alimentar el espíritu. Porque Guido nos dejó siempre el alma llena de alegría, regocijo y paz. Que el señor lo reciba, lo acepte, y tal vez le muestre el camino que lleva a lo del "Pynda", donde se juntan los que se fueron antes y que de a poco van rellenando, en su pizzería celestial, las sillas vacías de lo que fuera el antiguo Escovi. Nosotros nos quedaremos aquí, rumiando nuestra pena, pero con la esperanza de que inicia una nueva vida, feliz y recogiendo los frutos de su vida de hombre derecho, franco y cabal.
Por Orlando Navarro
Periodista
