Señor director: 

Hace más de veinticinco años, y estando destinado como subteniente en mi provincia natal de Córdoba, conocí a una joven universitaria sanjuanina. Ella estaba llena de alegría e ilusiones y que al poco andar asumió el riesgo de dar el "Sí, acepto”, en la iglesia de los "Padres Capuchinos”, del barrio de Nueva Córdoba. De allí en más, nunca dejó de acompañarme por los destinos de nuestra querida Patria. Y, vaya cuan grande es, que luego de pasar por Córdoba, Buenos Aires, La Pampa, Entre Ríos y Corrientes, la vida militar nos trajo a Cuyo, a un bello paraje denominado "Campo Los Andes”, departamento Tunuyán, provincia de Mendoza. Y como no podía ser de otra manera, yo sentía esa deuda pendiente para con Adriana, de permitirle estar nuevamente en su tierra cuyana. Y como sería esto de volver a su querido San Juan, después de 25 años. Qué habrá sentido su corazón al volver a sus recuerdos de afectos de amigos, a sus aromas, su primer amor. Pero ya no volvía sola, sino con tres hijas nacidas en distintas provincias. En esto me permito ser yo, quien se exprese porque en este retorno, aunque temporario, soy quien le quiere dar gracias a San Juan. Gracias por haber recibido a mi familia a mi hija mayor en la Universidad Católica de Cuyo, a través del Instituto del Profesorado de Educación Física, donde cursó su carrera.

Al Colegio San Pablo, que les abrió sus puertas a mis otras dos hijas, con mucho amor y compromiso educativo hasta el último día. A mis suegros y cuñados, quienes siempre estuvieron atentos a las necesidades de mi familia durante todo el tiempo que no estuve, presente por encontrarme destinado en Mendoza. A mis amigos "Los Sanjuaninos de FASTA”, como les digo yo, que me brindaron esa amistad franca, austera como buenos montañeses, pero sumamente nobles. 

Al calor no sólo térmico, sino humano que tiene esta árida pero afectuosa tierra de altísimos valores sociales, religiosos y espirituales. Que más puedo decirte, tierra del sol, de amigos y del buen vino. ¡Gracias San Juan!