
La esquina colorada. De tiempos de los jesuitas y su pasión por la huerta. Eran campos de la antigua hacienda de Puyuta, y la vieja calle Cereceto, fue cause de un desvío del río San Juan, que supo asolar campos y humildes viviendas del vecindario con bravas inundaciones. Este cauce se convirtió de a poco en una huella, paso obligado a Chile, por la quebrada de Zonda. "Piedra y camino", como dice la zamba de Atahualpa, que vio el tránsito de pesados carretones y bueyes, que dibujaron un surco indeleble. A su costado, el canal. Testigo de historias, de esforzados hombres y mujeres. Esa larga tirada de lo que hoy es la moderna avenida Ignacio de la Roza, tenía dos hitos fundamentales, antes de enfrentar el misterio de los cerros. El cruce que es hoy la Esquina Colorada, y La Bebida, último bastión para hacerse del líquido fundamental, para hombres y animales. En ese cruce dicen que estaba la fonda de los jesuitas, donde se acumulaba el producto de la tierra y se distribuía entre los pobladores. A su tiempo, los jesuitas se fueron. Los historiadores dicen que la fonda pasó a ser propiedad de la familia Piedra Buena. El tiempo fue torciendo el destino de ese bodegón, que pasó a ser un almacén, donde también se comía y bebía. Una mezcla de negocio de ramos generales y boliche. Allí debió campear el consumo del viejo vino carlón, único brebaje que autorizaba venderse en las colonias del Río de la Plata. Años en que las disputas políticas y amorosas se dirimían entre el "acero de dos dagas". Hasta allí, iban a parar las huestes federales, cuyo rojo punzó le dio color a la esquina, que pasó a ser la "esquina de los colorados", según la historia. Después, desde mediados del siglo XIX, aparecieron otros actores, que le dieron impulso al lugar, y los campos vecinos, extendidos también a lo largo de la antigua calle San Miguel. Eran los inmigrantes. españoles, italianos, libaneses, polacos, etc. Aquellos devotos, entre los cuales me encuentro acompañando el empuje del "Pirincho" Gómez, y del arte sin par de Rodolfo Crubellier, tenaces en el afán de inmortalizar su riqueza histórica. Ellos producen un mural de grandes dimensiones, que va a resaltar los íconos de la esquina. Hoy puede verse, sobre la pared norte, donde funcionaba el bar y panadería de don Felipe Beirán, la figura de un gaucho federal, un buzón de correos, y un inmigrante, más una esquela breve reproduciendo sus referencias (foto). Así se escribe la historia. Otros motivos irán ocupando ese mural, para que la memoria de lo que ya fue, no sea absorbida por el olvido.
Por Orlando Navarro
Periodista
