
Me envuelve el silencio, sólo enriquecido por el gorjeo de un pájaro. El perfume del jazmín, entrando por la ventana. Creo, lo envía presuroso, para que valore su generosidad y exquisitez de fragancia. La flor es tan endeble! Cae al instante. Y yo con mis letras, las inquietas y espontáneas, compañeras inseparables, durante esta pandemia. Pandemia. La palabra tenebrosa. La que estremece al mundo. La que lo hizo detener, y plantó su bandera como símbolo de enfermedad y muerte. La observo flamear por los continentes. Pero no me escondo, solo me atrinchero para analizarla. ¿Cuál será su jugada, hasta cuándo tratará de ganar más terreno? Están nuestros valientes médicos, enfermeras, investigadores, a la defensa. ¿La derrotarán? En cuanto tiempo? Estamos entre dos rivales. Como en campo de batalla. ¿Quién triunfará? ¿Saldremos ilesos, cuando nuestras tropas de valientes, sumados los que transportan, limpian, ordenan, nos defienden? No lo sé, lo que sí sé, es lo que reflexiono de este presente. Lo que dejó a "cara lavada” esta sociedad consumista, egoísta, despilfarradora de naturaleza violada. Envilecida con medios tecnológicos inventados (como tv, celu,) profesiones triunfalistas, pero con malos cimientos que solo consiguieron degradar la esencia del hombre. Todo fue un atentado contra la humanidad del hombre, hecho por el mismo hombre.
Comprendo: es el momento clave para corregir errores, "nuestros” errores como sociedad y estados. Si no morimos por el coronavirus, nuestra muerte, más lenta, más triste, será la que tendremos como hombres de bien, conviviendo con monstruos de hombres, seres sin humanidad ni espíritu.
Por Beatriz Albaladejo
Licenciada en Ciencias Políticas y Sociales
