Fines de la década del ’40. El señor Martens era propietario de la bicicletería el “Alemán”, ubicada en calle Tucumán al 216, en la zona de Concepción. Era muy amigo de mi padre y tenía un hijo, Emerson, de apenas cuatro años. Ese año, el niño estaba obsesionado por un regalo especial, le decía a su padre que le dijera a los reyes que le trajeran una bicicleta, porque ya tenía edad para andar en una de ellas.
Hay que tener en cuenta que hace varios años, los tres Reyes Magos formaban parte de la inocencia y la esperanza de los niños. No había seres más maravillosos que pudieran visitar la Tierra para hacer realidad los anhelos más profundos de un niño, en una edad en la que sólo se piensa en juguetes y jugar con ellos.
“¿Qué les vas a pedir a los Reyes…?” era la pregunta obligada después de la llegada del año nuevo. La pregunta tenía un inmenso significado a modo de balance y de saber cómo se había portado cada niño ese año, y si habían crecido en él valores que luego lo ayudarían a crecer hasta convertirse en una persona íntegra.
El hijo del “Alemán” soñaba con la llegada de los Reyes y aunque su padre era el dueño de una bicicletería, se ilusionaba con que la bicicleta que él quería no saldría del local, sino que se la traerían los Reyes, con el brillo y la medida justa.
Ese 6 de enero, Emerson no podía creer lo que veía. Los reyes le habían traído su bicicleta, tal cual él la había imaginado. Es evidente que habían leído la cartita que le pidió a su papá que se la escribiera, y que se había portado bien durante todo el año. Para él, los Reyes existían y tenían la facultad de escuchar a todos los niños que eran buenos…
Hay que renovar cada 6 de enero la inocencia y alegría de los niños y enseñarles que portándose bien los Reyes Magos premiarán siempre a los buenos hijos.
La felicidad y la alegría son parte de un mundo más justo y creíble.
