El multicolor revuelto de camisetas auspiciando las marcas más prestigiosas del planeta. El soporte técnico de entrenadores, mecánicos, subidos a la tecnología más avanzada. El ciclismo en su más alto nivel.

Para mí el ciclismo, siendo niño, se resumía en dos palabras: "Doble Calingasta". Porque soy de Del Bono. Porque veo a mi padre, que era presidente del club, recordando cómo gestionó la venida del múltiple campeón, el cordobés Pedro Salas, para que la corriera y ganara. Después la querían ganar los mejores del país. Y, por supuesto, los mejores de acá. La mítica ruta 12, la subida al Tambolar. La roca de un lado, la caravana multicolor en el centro y el abismo del otro. Correr la Calingasta sonaba a epopeya, a un desafío y un gozo del hombre con la naturaleza. A un recorrido especial por la policromía del arco iris. Pintado en las montañas y en el lomo de los ciclistas. Hoy, ya de grande, el ciclismo moderno es esto que vemos en la internacional Vuelta a San Juan. Que nos conecta al mundo. Con los mejores del mundo. Es una oportunidad de ver cómo se corre en los principales escenarios de Europa. El multicolor revuelto de camisetas auspiciando las marcas más prestigiosas del planeta. El soporte técnico de entrenadores, mecánicos, acompañantes y periodistas, subidos a la tecnología más avanzada. Táctica, estrategia, sofisticados controles médicos, bicicletas de alta gama que parecen un fórmula uno, equipos de filmación, de comunicaciones y de sonido como nunca vimos. Una parafernalia de modernidad técnica que se suma al colorido que emana del paso raudo de los ciclistas. Es una locura que nadie se quiere perder, con la ruta convertida en un túnel humano, por ese magnetismo de las dos ruedas y el ventarrón que levanta el paso del pelotón. Feliz estamos los sanjuaninos con esta vuelta. Y detrás de cada corredor, seguramente hay una historia hecha de ignotos sacrificios, allá, en un pueblo cualquiera de Colombia o Bélgica, entrenando y entrenando, para ganar, o para participar, sólo con la mente puesta en llegar. En llegar y no abandonar, aunque los primeros hayan culminado. Eso es el ciclismo. El entrecejo firme en la ruta, en la camiseta del que va adelante rompiendo la resistencia del viento, las piernas pistoneando sin parar a ritmo acompasado pero constante y a fondo. Y el corazón latiendo con fuerza, bombeando sangre a todos los músculos. Y estos, bien firmes, bañados en sudor, tierra, barro y coraje. El ciclismo es una lección de vida. Te enseña a levantarte aunque no tengas ganas, a salir con viento, lluvia, zonda o con el regalo de un día apacible. A no dejar de pedalear y luchar hasta que el objetivo esté cumplido. O de darse un golpazo, y ponerse de pie inmediatamente, para seguir, si se puede, aun con la piel lacerada. Y después a descansar pero preparando el cuerpo y la mente para el próximo esfuerzo. El próximo entrenamiento, la próxima etapa, la próxima carrera o el próximo campeonato. Siempre hay una meta por delante. Siempre hay un pelotón que alcanzar, un compañero que auxiliar, otro para ayudarle a tirar, o armar una escalera y escapar sincronizando los movimientos. Pierna, corazón y mente. El Gobierno de la provincia ha sobre cumplido con esto. Los dirigentes, los pedalistas, los sponsor, la gente, también. Por esta bendita fiesta que hoy culmina. Hay que decirlo: el ciclismo es, a Dios gracias, una poderosa razón para amar la vida.

Por Orlando Navarro
Periodista