Cada día veo más necesario un libro que descubra las "verdades de Perogrullo", que a la mano cerrada la llamaba puño. Cuestionarse todo, discutir sobre si a las 12 de la mañana es de noche o es de día, acaba resultando agotador. Tengo la sospecha de que alguien nos ha robado el sentido común, y andamos dando tumbos, buscando al menos una apoyatura que nos sostenga.
Parece que toda persona que llega al mundo, puede reconstruirlo según su criterio, volverlo del revés, estirarlo o encogerlo según le dé. Si resulta que todo deseo que se me puede cruzar por la mente, o salir a borbotones del corazón, lo doy por bueno, le doy legitimidad como si fuera inexorable, tengo un problema. Ni todo lo que pienso, ni todo lo que siento puede plantearse como norma de vida: me gusta esto o me gusta lo otro, pero de ahí a que sea un derecho mío va mucho recorrido. La persona no es, sin más, un sujeto de derechos, unos derechos que están en un crecer constante. Es algo mucho más grande, es descubrir eso que podría ser el estribillo de una canción: "quiero saber quién soy, y de dónde vengo y haca dónde voy". Sin engañarme.
Puede parecer un chiste, pero volviendo a esas verdades de Perogrullo, resulta que yo, antes de existir, no existía. Antes de existir existían muchas cosas, no he sido yo el que ha inaugurado el mundo. Por tanto, no he sido yo el que me he dado la vida, no he sido yo el que me he diseñado, no he sido yo el que me he llamado del no ser al ser, existo independientemente de que yo haya tomado la decisión de existir o no.
