Jorge Vargas, cantor de tangos.

 

Hay momentos en que la vida nos parece plena, muy linda de ser vivida, y uno mira al cielo agradeciendo estar en ese instante, en ese lugar. Fue el sábado anterior en la casa de campo de nuestro amigo Juan Videla, que experimenté esa sensación. Cumplía años y convocó a la barra de la Esquina Colorada, que desde hace tiempo tenemos la costumbre de celebrar cada onomástico, y de paso recordar tiempos idos, con una definida orientación hacia las buenas memorias. Pero se agranda la perspectiva de esos encuentros, cuando como caídos desde pagos donde seguramente tallan las guitarras, se suman nuevos amigos. Entre ellos, Sergio Leyes, a quien ya conocíamos de antes, en los cumple de Jacinto Laciar. Tonadero de ley, Sergio tiene en su repertorio un bagaje tal, que te puede tener toda una tarde prendido al embrujo de su voz y de su guitarra. Con un timbre bien cuyano y un sentimiento que a uno le provoca el espontáneo grito lugareño, que se hace largo bajo el alero. Pero no solo eso. También saca de sus alforjas unos versos que se ajustan al momento que se está viviendo. Llegó acompañado de un señor mayor que, confieso, no conocía, pero que resultó ser un guitarrero de aquellos que peinan canas, pero siguen vigentes. Era Eduardo Orozco, cuya amable presencia, tomó dimensiones increíbles cuando comenzó a bordonear su guitarra, con un virtuosismo atrapante. Ha guitarreado con Juanjo Dominguez (casi me pongo de pié cuando lo contó), con Tito Francia, los Caballeros de la Guitarra, el "negro” Villavicencio, y varios más de los que conforman la privilegiada cofradía de los grandes instrumentistas que ha dado nuestra música. Acompañó esa tarde la voz y la guitarra de Jorge Vargas, "cantor de tangos” simplemente, como lo definí al hablar de él en un correo anterior. Ya saben, que el estilo de Vargas es propio de la guardia vieja, de los primeros tiempos del tango, y siempre sorprendiendo con algunos temas que nunca habíamos escuchado. ¡Qué tarde ésa en lo del "Peladito” Videla! Pero tampoco tuvieron desperdicio, las miles de anécdotas que a borbotones, atropelladamente, pugnaban por narrar los tres. Y yo, que había acercado mi silla y me colé al medio entre ellos, me solazaba con esas remembranzas que resucitaban personajes inmortales, como los nombrados, más Armando Tejada Gómez, el "Cuchi” Leguizamón, Argentino Ledesma, Horacio Guaraní, Antonio Tormo, y otros más conocidos en el ambiente local como el "Ciego” Leiva, de quien solía escuchar mentas en mi niñez, Tito Nigro, Martín Sanz y otros. Me lamente no tener un anotador para que no se me escapen tan ricas memorias. Pero prometo voy a ir en busca de ellas. Tardes como ésa no hacen más que renovarnos el espíritu y agradecer a la vida seguir conociendo gente tan macanuda, que nos hace apreciar aún más la amistad, y arraigarnos sólidamente al calor de nuestra música popular.

Por Orlando Navarro
Periodista