En esta foto guitarreando Sergio Leyes, Eduardo Orozco y Antonio Zabaleta. Cantando Juan Videla.

Sábado 21 de setiembre. Trece horas. Los integrantes de la vigente "juventud" de la Esquina Colorada, nos juntábamos para festejar el Día de la Primavera, y enfilábamos por la Meglioli al Sur. Allí, dice una tonadita lugareña "cerca del Quinto Cuartel, hay un rancho que es un sueño. Yo soy amigo del dueño". Y ese dueño, Juancito Salvalagio, creó un ambiente tan festivo, que se percibía desde la entrada, pues rehogaba "al disco" una combinación de matambrito de cerdo, costeletas de vaca y papas fritas, que ponían la hiel en continua secreción. El manjar se fue eliminando con copioso entusiasmo. Primero a modo de "picada", y luego en la mesa, regada generosamente por los vinos del Jacinto. No faltó una exquisita palta, con aceite de oliva y aderezos, que preparó con esmero el "Lucho" Salcedo Garay, y todos nos acomodamos mejor cuando vino la "delegación" de cantores y guitarreros, comandados por Sergio Leyes, Eduardo Orozco y un nuevo invitado, que acreditó pergaminos suficientes como para una rápida inserción en el grupo: Juan Antonio Zabaleta. Que menos mal aclaró que tenía dificultades con su garganta, porque una vez que "mordió el freno", cantó junto a los otros hasta bien entrada la noche. Apenas comenzado el concierto de cuyanías, entró una llamada al celular de Roberto Cialella y dijo "Jorge Viñas los quiere saludar" y me pasó el teléfono para que, en nombre de todos, estableciéramos contacto con ese prócer viviente de nuestra música. Viñas prometió venir y sumarse a esos encuentros que cada vez nos unen más, sobre todo por la unánime devoción por nuestra música. Después nos dedicamos a cantar, a conversar y atropellarnos de ricas anécdotas, mientras la siesta se hizo tarde y la tarde se hizo noche. Pero más allá de todo esto, que parece no ser más que la farra de unos viejos trasnochados, hay un trasfondo cultural, si se quiere, que tiene mucho de ancestral y telúrico. Consciente o inconscientemente, lo que estamos haciendo cada vez que nos juntamos, no es solamente recordar, añorar, ir al rescate de anécdotas, lugares o personajes. Estamos escribiendo una historia, fijando una idiosincrasia del lugar donde nacimos, descubriendo el tejido de raíces que unen, bajo la tierra, una hilera de árboles, que llevan el nombre de cada uno de nosotros, y de nuestros hijos. Estamos renovando el carnet que identifica nuestra pertenencia a un lugar, sus modos y costumbres. Y así es que podemos mirarnos fijamente a la cara, decirnos las cosas que nos decimos, abrazarnos, perdonarnos, en fin. Como que somos una familia. Como que nos reconocemos porque hay nobleza y verdad en cada gesto, en cada chiste, en cada palabra. Y en el techo, coronándolo todo, nuestros viejos, junto a nuestra música folklórica. Abrumadoramente cuyana, sin faltar las zambas norteñas y alguna chacarera, "por hay". Somos libres y respetamos la libertad de cada uno de pensar como quiera. Yo bendigo esos encuentros, que terminan por rescatar lo mejor que tenemos dentro, y que cada tanto sacamos afuera, para que se caliente al fogón de la amistad, y tome del sol luminoso que vivifica el espíritu.

Por Orlando Navarro
Periodista