La basílica de San Francisco, la más antigua de Buenos Aires y una de las más visitadas por turistas y vecinos en el Casco Histórico porteño, que junto al convento de Santo Domingo recibió el terreno donde se levantó de manos de Juan de Garay en 1583, en el barrio porteño de Monserrat, comenzó a ser restaurada a como era en 1827, tras ser ser reacondicionada en 1907, quemada en 1955 y pintada en 1960.
El templo donde se aclamó a Juan Lavalle tras el fusilamiento de Manuel Dorrego por ser el edificio más grande de la ciudad en su época, será sometido a un trabajo de "puesta en valor" pero no a como fue en el siglo XVII, cuando se levantó en la colonia con adobe y techo de paja, sino al estilo neoclásico italiano, como se la hizo tras el derrumbe que sufrió en 1807.
Las tareas a cargo de la Dirección Nacional de Planificación del Ministerio del Interior comenzaron el primer día hábil del año con la quita de los andamios que protegían a los peatones y la colocación de la nueva estructura para llegar a la cúpula y a los techos. Aún así, hoy se puede visitar el museo del convento acompañados de Alejandro Cáceres, el encargado de realizar las visitas guiadas de lunes a viernes, de 11 a 17, a un valor de 15 pesos, mientras que los templos -uno se puede visitar- son conducidos por el guardián Jorge Bender, de la orden franciscana.
El ingeniero Guillermo Coll, director del área ministerial detalló que lo primero que han hecho desde el obrador instalado en el atrio fue asegurar "la cubierta exterior y la impermeabilización" del edificio, para después comenzar a intervenir la nave principal, las azoteas y la cúpula.
Los turistas pueden ver hoy la fachada de la basílica y la Capilla de San Roque, las dos torres del frente que sufrieron la transformación de neoclásico a barroco bávaro en 1907, donde sobresale el grupo escultórico del patrono, Cristobal Colón, Dante Alighieri y el pintor Giotto, todos miembros de la orden, mientras no se puede entrar al templo mayor por el trabajo de los albañiles.
En gran parte de las paredes los restauradores iniciaron los trabajos de "cateo" que implica levantar las pinturas más modernas a las más antigüas y más dañadas para determinar como eran en 1827 y entonces, a instancias de la Comisión Nacional de Monumentos, del ministerio de Cultura, se decidirá como se desarrollarán las tareas de puesta en valor.
Las primeras tareas incluyeron "limpiar los desagües y lograr la aislación hidráulica de los dos edificios" ya que, detalló, "las filtraciones de arriba y de abajo dejaron los muros embebidos, con mucha humedad y ahora hay que secarlos".
El cateo que terminará en estos días permite establecer que tanto afuera como adentro del edificio "en el siglo XIX no se usó pinturas en las paredes, sino un revestimiento símil piedra, estufado, hecho con un mortero diferente al que se usa en estos años y dorado a la hoja". Esos datos con el informe de bioquímica serán elevados a la Comisión de Monumentos para definir como seguir.
Como el edificio de Alsina 380 fue uno de los más dañados la noche del 16 de junio de 1955, cuando se quemaron las iglesias tras los bombardeos en Plaza de Mayo, el cateo se realiza en zonas menos afectadas para asegurarse llegar al original que ya surge de colores cálidos contrarios al verde aplicado en el 60. Tras ese incendio se colocó en el altar principal el tapiz más grande de Sudamérica, de 12 metros por ocho, que ahora se protegió junto a sus dos pares laterales, diseñados por Horacio Butler y confeccionados por la firma Kalpakián, hasta que termine la obra que demandará 24 meses.
El arquitecto que se encarga de asesorar la restauración, Eduardo Bango, detalló que "con el incendio del 55 se dañaron los manouflage de los techos -telas pintadas pegadas a las paredes- por lo que en el 60 se vieron obligados a utilizar otro métodos en los techos" y aclaro que "en estos años se usó el color verde en el interior del templo". Agregó que también "ya se consolidó la cúpula y la mampostería" y se llegó a sacar "40 bolsas con sedimentos de las cañerías pluviales" al tiempo que "se cambiaron los caños de desagües de 90 milímetros por hora a 180, y así comenzó a secarse la estructura". El método llamado Watertec es una forma de electrólisis negativa que por electro ósmosis rechaza que el agua suba por las paredes, la hace bajar, hasta lograr que se sequen todas las paredes.
Bangó explicó que los frentes de los templos serán limpiados, en tanto que se quitarán los palan palan y helechos de las paredes con el corte de las partes externas, la inyección de herbicidas, luego de lo cual las plantas mueren, se reducen a un 25 % y entonces se sacan y se rellenan ese espacio con una mezcla o mortero a base de cal como la usada hace 200 años, sin cemento. Ese relleno fortalecerá las paredes como si les realizaran un "tratamiento de conducto" ya que usarán el hueco dejado por las plantas para inyectarlo.
25 mil placas de zinc para los techos
En la restauración de los techos se usaron más de 25.000 placas de zinc nuevas en reemplazo de las viejas, en ocho gajos, como un inmenso rompecabezas, en tanto que en las paredes y en los suelos se usó un método similar al utilizado en la Basílica de Luján, para que el agua del terreno no suba más hacia el edificio, porque el río allí está a 20 metros del nivel del templo. El frente se derrumbó en 1807.
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