Los rieles y durmientes que están desvencijados son atravesados por arbustos secos, arrastrados por el viento. En el fondo, una vieja estación donde descansan 5 vagones, casi desmantelados. Se trata de la estación de trenes "Pie de Palo", que está en el corazón del pueblo del mismo nombre, en Caucete. Allí, en el caserío de mediados del siglo pasado, donde no hay más de 800 habitantes, el fantasma del tren que los hizo resurgir sigue latente, a pesar de que hace 4 meses ya no se escucha su silbato.

Casi nadie en el pueblo se acuerda de cuál fue la fecha exacta en que se fue el último tren. Actualmente, por las vías, sólo transitan algunos rebaños de cabras, bien temprano en la mañana rumbo al Este, y caída la tarde, de vuelta. Precisamente son ex ferroviarios algunos de los que adoptaron la profesión de criadores de cabras para sobrevivir luego de que el ferrocarril empezó a desaparecer, a mediados de los ’90.

"Se extraña el silbato a lo lejos y la carrera de la gente a la estación. Es que la mayoría iba a vender tortitas y golosinas a los pasajeros que esperaban allí, mientras el tren se encarrilaba hacia Mendoza", comenta doña Blanca Ruarte, hija y esposa de ex ferroviarios. La estación Pie de Palo era el lugar donde los trenes que llegaban desde Córdoba hacían maniobras para empalmar el ramal que los llevaba hasta Mendoza.

Esas épocas de bonanza del ferrocarril, cuando la mitad de las 200 familias vivían del trabajo ferroviario, fueron no hace más de 20 años (actualmente sólo hay 5 obreros de la empresa Belgrano Cargas que hacen mantenimiento de vías). Silvia Quinteros, de 34 años, recuerda al dedillo esos momentos. "El pueblo era otro y hasta los cauceteros nos miraban de otra manera", dice haciendo referencia a la gente que vive en la cabecera del departamento, ubicada a escasos 5 kilómetros de allí.

En la vieja estación aún quedan recuerdos de aquellos buenos tiempos: una pequeña construcción de ladrillos, ahora casi destruida, donde funcionaba el quiosco. La campana que marcaba el arribo o partida de los trenes, sin el badajo, pero en perfecto estado de conservación. Y la galería de la estación, con su impecable piso de baldosas a colores. En ese edificio actualmente vive una familia de ex ferroviarios que por temor a que los echen, prefieren no hablar con ningún curioso; mucho menos si es periodista.

Para las fiestas de fin de año, los petardos y el brindis eran marcados por el infaltable silbato de la máquina del tren. "Hace unos 10 años, tuvimos que aprender a festejar la Navidad y el Año Nuevo de otra manera. Ahora escuchamos radio para que alguien nos marque cuándo son las doce", comenta Aurelia Flores.

Es tan importante el tren para los pobladores, que desde la unión vecinal trabajan en reconstruir la historia, apoyados en el surgimiento del ferrocarril. Algunos entrevistan a los viejos del pueblo y otros, filmadora al hombro, recorren los ramales herrumbrados tratando de encontrar testigos de ese tiempo que pasó.