Entre la maraña de los jarillares y los cordones interminables de cactos, lo que gana el olfato es el aroma a azahares, a cueros y a jaleas hirviendo. En medio de ese paisaje, donde la sierra se mezcla con los árboles repletos de limas y naranjas, se levanta Astica. Un pueblo que se transformó en la antesala de San Agustín de Valle Fértil, del que lo separan 42 kilómetros. Es en este lugar en el que, en el último año, las mujeres tomaron las riendas. Ellas se transformaron en el motor que está movilizando la economía del pueblo.
La sequía, el olvido y el exceso de planes Jefes de Hogar empezaron a adormecer a Astica. Hasta hace un par de años todo indicaba que el lugar pronto se convertiría en un pueblo fantasma. Los lugareños empezaron a emigrar en busca de trabajo. Astica parecía tener el destino marcado, tal como hoy sucede en Baldes de Funes o Laguna Seca, donde los escasos pobladores que quedan sólo esperan que les llegue la muerte.
Bicicletas con canastos para transportar la fruta. Chicas que se sacan el guardapolvo para ponerse el delantal. Mujeres que se pasan el día diseñando sus tejidos y juntando semillas para hacer artesanías. Mujeres que convirtieron el fondo de sus casas en pequeñas fábricas de dulces artesanales. Mujeres que aprenden inglés para poder comunicarse con los turistas extranjeros. Mujeres que saben cómo diseñar una etiqueta o movilizarse para poder vender lo que producen. Este es el nuevo escenario astiqueño.
Pero el cambio no vino solo ni de un día para el otro. Es una fundación española llamada Asociación Catalana, la que está enviando fondos para hacerle frente a los distintos proyectos productivos que están relacionados con la ganadería, la agricultura, las artesanías, alimentos y el turismo.
"La primera experiencia comercial que tuvimos fue para Semana Santa. Fuimos a vender nuestros productos al Parque de Ischigualasto. Vendimos todo lo que llevamos", dice Juana Flores, que forma parte del proyecto alimentario en el que participan unas 10 mujeres.
No fue casual que la fundación española pusiera los ojos en Astica. Antes de solventar el proyecto se hizo un estudio de la zona. "Primero se les propuso que se abriera un comedor infantil, pero no aceptaron. Es que lo que buscan es inculcar la cultura del trabajo", cuenta Belén Elizondo, que tiene 17 años y, además de estudiar, se dedica a hacer dulces.
La mayoría de las mujeres que están trabajando son jóvenes. Para muchas de ellas abandonar el lugar es un fantasma que empezó a esfumarse. "Si acá podemos trabajar y mantenernos, para qué nos vamos a ir", dice Johana Décima.
Pero para estas mujeres lo más importante no es sólo ganarse unos pesos. Dicen que están volviendo a las raíces, a rescatar costumbres de sus antepasados. "Yo ni siquiera sabía cómo se hacía una mermelada, aunque desde chica la vi a mi abuela hacerlo. Esa fue una costumbre que se fue perdiendo en el pueblo. Ahora, además de poder sobrevivir, pudimos rescatar las costumbres que en algún momento le dieron vida al lugar", dice Juana Flores.

