Primer Tiempo, el libro del ex presidente Mauricio Macri, llegó este miércoles a las principales librerías del país. Tiene 13 capítulos. Aborda desde el arribo de Cambiemos a la Casa Rosada, en diciembre de 2015, hasta los días finales. El cierre, titulado “Esto recién empieza”, anticipa movimientos del ex jefe de Estado que continúa activo y por ahora no tiene previsto retirarse de la política sino todo lo contrario.
En esta nota, se repasan las frases más importantes del libro editado por Planeta que se comercializa a $1.690 y será presentado oficialmente por el ex mandatario mañana jueves 18 de marzo.
Subíamos con Juliana, el día de la asunción, y le dije a la ascensorista: “Qué calor, ¿no?”. La mujer se puso a llorar instantáneamente. Su gesto me sorprendió y no me animé en ese momento a preguntarle qué le pasaba. Después supe que Cristina Kirchner jamás le dirigía la palabra y que tenían prohibido hablarle a ella.
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Pasada la euforia de los primeros días, en las que estábamos todos muy contentos por haber derrotado al kirchnerismo y por haber interrumpido un proceso de creciente autoritarismo político y populismo económico, volví a la realidad de que , a pesar de estar sentado en ese despacho de Casa Rosada, tenía mucho menos poder del que parecía.
La realidad es que Cambiemos tenía minoría en ambas cámaras del Congreso y gobernaba sólo cinco provincias; teníamos una economía quebrada, sin energía y en default; la Corte me había recibido con un fallo que había dejado de rodillas las cuentas del Estado nacional; e íbamos a tener, como les pasa a todos los gobiernos no peronistas, un recibimiento frío (en el mejor de los casos) por parte de los sindicatos.
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Una de las críticas más habituales durante mi gobierno era que no les contamos con claridad y detalle a los argentinos la gravedad de la situación que recibimos en diciembre de 2015. Mi respuesta es que tienen razón y no tienen razón al mismo tiempo.
Digo que no tienen razón porque en los primeros meses contamos varias veces los graves problemas que tenía la Argentina cuando llegamos. Pero digo que sí tienen razón porque es cierto que contar la herencia no fue el eje principal de nuestra política aquellas primeras semanas. ¿Por qué? Por una variedad de razones.
La primera es que, en efecto, nos habían dejado una bomba sin explotar cuya mecha era verdaderamente corta. Quien mira los números en detalle puede ver que con ese déficit, ese atraso cambiario, ese Banco Central con reservas netas negativas y esa inflación contenida artificialmente, con cepos de todo tipo, la bomba ahí estaba. Pero mi responsabilidad como piloto del avión era convencer a los argentinos y a los mercados de que la bomba no iba a explotar.
Si en lugar de calmar a los pasajeros y decirles que la situación estaba bajo control, los asustaba diciendo que teníamos una bomba a punto de explotar, la situación podría haberse vuelto caótica.
Además, existía el riesgo de que, por advertir sobre la existencia de la bomba, se generara la gran crisis que queríamos evitar.
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Hay un episodio que muestra la diferencia de calidad humana y política entre María Eugenia Vidal y Axel Kicillof. María Eugenia, que realmente no tenía un peso para pagarle a nadie, hizo su mayor esfuerzo para no quejarse y salir adelante. Kicillof, que recibió más de 30.000 millones de pesos en la caja, se quejó amargamente de la situación recibida, como si no le alcanzara ni para pagar una caja de fósforos.
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Después de analizar varios perfiles que me habían acercado para nombrar los jueces vacantes en la Corte Suprema, mis preferidos eran Carlos Rosenkrantz y Domingo Sesín, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba. Cuando circulamos los nombres, de ambos candidatos, Sesín fue cuestionado por algunos dirigentes importantes de Cambiemos y se llegó a un acuerdo para nombrar a Horacio Rosatti. Me arrepiento. Rosatti terminó fallando sistemáticamente en contra de las reformas y modernización que impulsamos.
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A Marcos Peña se lo criticó mucho en estos años por su supuesta influencia en la política económica, pero lo cierto es que participó poco en los debates sobre la economía. La mayor influencia de Marcos en la gestión de gobierno fue precisamente en algunas de las áreas donde más elogios recibimos.
Marcos, María Eugenia y Horacio crecieron a mi lado y me produce mucho orgullo ver los roles que han tomado y su recorrido en estos años. Y los tres tienen un futuro enorme por delante, que continuará más allá de lo que haga yo o de lo que dure mi carrera política
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Cometí un gran error cuando dije que Quintana y Lopetegui eran “mis ojos, mis oídos y mi inteligencia”. No fue una frase premeditada ni un mensaje indirecto contra nadie: simplemente quise manifestar mi satisfacción por el vínculo que habíamos formado. Pero me arrepentí porque con esa frase les dí un protagonismo y una relevancia que generaron un contraataque inevitable, dentro y fuera del gobierno. Empezaron a criticarlos justo después, como una manera indirecta de criticar a Marcos o de criticarme a mí.
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Invité a Sergio Massa a Davos. Quería mostrarle el mundo a Sergio y a Sergio frente al mundo, para que vieran que había peronistas racionales, democráticos y con visión de largo plazo, tan convencidos como yo de lo que había que hacer. Lamentablemente, el tiempo demostró que esa caracterización de Massa era más una ilusión mía que una realidad.
Una noche en Davos comimos con él y con Juliana. Tuvimos una conversación franca, como no habíamos tenido antes y no volvimos a tener. Le dije que por su juventud y su capacidad estaba en él ser presidente en algún momento. “Sólo te falta una cosa -agregué-: ser confiable”. Sergio ya era percibido en ese momento, por la sociedad y por la dirigencia, como alguien que cambiaba de opinión y de lealtades según la conveniencia del momento. En ese momento me entusiasmé con haberlo convencido. Lamentablemente, no duró mucho. Pocos meses después, apenas el humor político se complicó un poco, Sergio prefirió impulsar proyectos que le daban estrellatos de corto plazo pero rompían la confianza que habíamos establecido.
La percepción sobre él, en la sociedad y la dirigencia, no ha cambiado. Sigue siendo visto como alguien poco confiable, enamorado del corto plazo, incapaz de sostener un proyecto de país o un armado político según sus convicciones.
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Muchos le atribuyeron a Jaime Durán Barba un poder que nunca tuvo. No participaba del día a día de las decisiones. Es más, mis encuentros con él, ya fuera como consultor o como amigo una vez llegado a la Presidencia, se fueron espaciando cada vez más precisamente porque lo impedía la intensidad del ritmo cotidiano.
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Mientras escribo estas líneas leo con una enorme tristeza que Marcos Galperín, el fundador de Mercado Libre, la empresa más valiosa de la Argentina, decidió radicarse en Uruguay. Si un hecho resume todo lo que está mal en nuestra vida económica es difícil de encontrar uno que sea peor. Necesitamos muchos Galperin, muchas compañías como la suya, que combinan innovación, trabajo joven, creación de valor, talento. Y de pronto, en lugar de cuidarlos y multiplicarlos…los expulsamos. El reino del revés.
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Nunca hemos financiado trolls. Y aun sin contar con evidencias, muchos sectores, entre ellos algunos allegados a Bergoglio, han expresado que había funcionarios en nuestro gobierno llevando adelante estrategias anticlericales o anticatólicas, lo cual es completamente equivocado e injusto.
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Hoy creo que un sector importante de la Iglesia tomó partido en contra de nuestras políticas y se convirtió de manera activa en parte de la oposición. Esta situación causó mucho dolor en el enorme número de católicos que nos manifestaban su apoyo, aún en los momentos más duros.
No sé cuáles fueron las razones de este alineamiento. No sé por qué la Iglesia agitó el tema del hambre en plena campaña electoral o cuál fue el objetivo de sus hombres al hacerlo. Tampoco sé si desde el Vaticano esto fue estimulado en las numerosas reuniones que el papa Francisco mantuvo con sindicalistas y opositores. Hay quienes dicen que sí.
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Cuando llegué a Casa Rosada. el gobierno argentino llevaba cinco años financiando el fútbol de primera división. Los partidos se habían vuelto una plataforma de propaganda oficialista, el gobierno era el único anunciante y las tandas y los comentarios de los relatores contenían elogios al gobierno y críticas despiadadas a la oposición. Llegaron al extremo de compararme con los responsables de “los vuelos de la muerte” ocurridos durante la dictadura militar.
En la campaña había tenido que realizar malabares para hablar sobre el tema, a pesar de que sabía que la situación fiscal del Estado argentino no daba en absoluto para seguir subsidiando el fútbol profesional.
Nombré al frente de Fútbol para Todos a Fernando Marín, que tenía una extensa trayectoria en medios de comunicación. La confianza generada permitió que grandes compañías especializadas se interesaran en el fútbol argentino. Y la solución fue clara y transparente.
Estoy a favor de apoyar el deporte como política de Estado. Pero usarlo como un mecanismo para negocios particulares y propaganda política me parece inmoral.
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Ni la grieta ni la corrupción fueron la peor cara del kirchnerismo. Lo peor del kirchnerismo es siempre su incompetencia. Su completa incapacidad para resolver los problemas que se propuso solucionar. Su vocación de destrucción va desde las estadísticas del Indec hasta la matríz energética del país, y desde las cuentas públicas hasta la seguridad jurídica.
Uno de los mayores desastres llevados a cabo por el kirchnerismo, que fue gravísimo para la gente y para la imagen del país ante los mercados, fue la estatización en 2008 de los ahorros de los trabajadores acumulados en las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones, las AFJP. Nuestro país perdió entonces la posibilidad de tener financiamiento interno gracias a esta medida disfrazada de solidaridad cuyos resultados están a la vista.
El kirchnerismo fue y lamentablemente sigue siendo el punto más alto de la resignación a la que pudieron llevarnos desde la política.
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El fuerte antikirchnerismo de Hugo Moyano durante el segundo mandato de Cristina Kirchner provocó que tuviéramos un diálogo más cercano y llegásemos a compartir el escenario en el acto de inauguración del monumento a Juan Domingo Perón, frente al edificio de la Aduana.
Al principio, Moyano parecía estar de acuerdo con mi visión. Era evidente que la cantidad de beneficios arbitrarios y privilegios que él y el gremio de Camioneros habían obtenido se volvieron contraproducente para la productividad del país. Y, como un perro que quiere morder su propia cola, menor producción significa siempre menos trabajo y menos camiones.
Una parte del sindicato respaldaba la necesidad de hacer cambios. Pero del otro lado estaba su propio hijo, Pablo, con una mirada más extrema, que llevaba directamente al rechazo toda alternativa.
Tuvimos dos años de conversaciones con pequeños avances y pequeños retrocesos. En determinado momento, el Ministerio de Trabajo comenzó a aplicar multas muy importantes al gremio liderado por Moyano a causa de conciliaciones no acatadas. Una vez ahí, la relación con Moyano entró en una nueva etapa, ya sin retorno.
En 2018, una mujer dueña de una empresa de transporte denunció al gremio de Camioneros por extorsiones e hizo posible que otros se animaran a denunciar también. Las causas judiciales se comenzaron a sumar, pero llamativamente todos notamos que los jueces las frenaban. Confío en que, más allá del poder y la influencia que pueda ejercer Moyano, la jueza y los jueces que tienen a cargo estas causas harán que se respete la ley.
Moyano había decidido ser parte del problema: el cambio que queríamos hacer se terminó frenando.
En esos meses aparecieron otros escándalos vinculados a su rol como dirigente del fútbol en el Club Atlético Independiente, a partir de denuncias de barrabravas. La cuestión del fútbol generó mucho interés para la gente que sigue al club, pero como presidente mi preocupación estaba en lograr evitar que siguiera castigando a los productores y a los consumidores.
El caso de OCA es directamente increíble. Una empresa cuya relación entre su dueño Patricio Farcuh y Hugo Moyano es muy poco clara. Una empresa que subsiste sobre la base de no pagar sus impuestos ante los ojos de tdos y a plena luz del día. Este fue otro intento inútil por cambiar las cosas. Se le pidió a Moyano que reconvirtiera la empresa para asegurar su sustentabilidad. Pero el poder acumulado pro Moyano hizo que lograrara manejarse con un sistema paralelo al de la Justicia, o directamente, que tuviera una enorme capacidad para que los jueces le dieran una suerte de inmunidad indefendible.
Un ejemplo de que nuestros primeros dos años y medio fueron complicados es el caso Maldonado, tema principal de la política argentina durante tres meses y que coincidió casi exactamente con la campaña legislativa. En esas semanas quedó de manifiesto que el kirchnerismo ejerció una oposición sin límites ni compromiso con los hechos de la realidad. Sufrimos un torbellino político desgastante y frustrante, porque nuestra postura inicial de dejar trabajar a la Justicia y mantener todas las opciones abiertas no encontraba eco en la política o en los medios.
La oposición, y especialmente el kirchnerismo, imponía un solo relato posible: que lo gendarmes habían golpeado a Maldonado, lo habían subido a una camioneta, después lo habían pasado a un camión Unimog y de ahí se lo habían llevado y lo tenían oculto en el cuartel de Gendarmería en Esquel o en algún otro lado. Cualquiera que se apartara de ese relato, tomado de testigos que después se comprobó que habían mentido, era un cómplice de la desaparición de una persona en democracia.
Por supuesto que nosotros no sabíamos qué había pasado, ni Patricia ni su equipo ni los gendarmes, que juraban en las entrevistas con los enviados del Ministerio que no habían tenido nada que ver. Lo primero que le dije al equipo fue: “Nosotros no tomamos ninguna decisión sin tener los fundamentos claros, sin tener certidumbre”. No aceptaba la opción políticamente correcta de relevar al director de Gendarmería, Gerardo Otero, o de pasar a disponibilidad a gendarmes jóvenes que habían participado del operativo.
La presión venía de todos lados. Me acuerdo que un día vino Bono a la Casa Rosada y me reclamó por Santiago Maldonado. Le expliqué qué sabíamos, qué no sabíamos y por qué era injusto sancionar a los gendarmes. Se fue más tranquilo y, por suerte, al otro día, en el recital de U2 en La Plata, no dijo nada sobre el tema.
Cuando apareció el cuerpo y se hizo la autopsia, me dio mucha pena por Maldonado y por su familia, pero también sentí alivio de poder finalmente tener una certeza sobre el caso. Y la satisfacción de haber tomado la decisión correcta al no apresurarme a la hora de echar o sancionar a los gendarmes. El episodio sirvió para restablecer la confianza de la sociedad en las fuerzas federales.
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El escándalo de Panamá Papers sirvió para mostrarles a los jueces penales federales de Comodoro Py cuál iba a ser mi actitud con ellos. No iba a interferir ni los iba a demonizar ni iba a comentar su trabajo como hacía el gobierno anterior. La denuncia era descabellada, pero yo dije: “Soy un ciudadano más, como cualquier otro, si me quieren investigar que me investiguen”.
Ahora es el kirchnerismo el que está convencido de que yo presionaba a los jueces para investigar a Cristina y sus funcionarios -están convencidos de que sus presos y condenados son “presos políticos”-, pero en aquel momento los que me preguntaban si tenía un pacto con Comodoro Py eran algunos de nuestros aliados. También muchos periodistas. Me decían que yo tenía un pacto de impunidad con Cristina, que había arreglado con los jueces para que no fuera presa.
Lo que quiero decir es que nunca tuve nada que ver con lo que hacía Comodoro Py, ni para mandar a Cristina a la cárcel ni para salvarla de ir presa. Lo mismo se aplica a sus funcionarios denunciados o condenados en estos años. No me metí nunca, dejé trabajar libremente.
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No sé cómo era antes de nuestra llegada, pero en los años que estuvimos nosotros jamás la AFI movió un dedo sin autorización o pedido de los jueces a cargo.
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A fines de 2014 vino a verme Javier Campos para decirme una sola cosa: “No puede ser que vos y Lilita no estén juntos”. Le contestó que yo estaba dispuesto,. pero que Lilita nunca había querido reunirse conmigo. En ese momento, Javier no conocía a Lilita, no tenía actividad política y no tenía contacto conmigo (había ido a mi colegio, no lo veía desde el secundario), pero a través de sus hermanas, que participaban de fundaciones conocidas, logró llegar a Carrió y convencerla de reunirse conmigo. Nos vimos por primera vez en la casa en San Isidro de los padres de Javier, que hoy es diputado nacional. Charlamos casi dos horas. Lilita me dijo que, por Dios y por la República, había decidido aceptar mi historia de vida y estaba dispuesta a ampliar el espacio con la UCR. Ahí arrancamos.
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A veces la gente de mi alrededor criticaba las declaraciones de Carrió, por lo que decía y porque lo decía en público antes de haberlo expresado en privado. Yo les respondía que, con nosotros, Lilita tuvo la aversión más orgánica de su historia. Había huido despavorida de UNEN, mesas antes de nuestra primera charla; se había ido de su propio partido unos años antes y se había ido del partido de toda su vida una década antes. Con nosotros se quedó y nos apoyó y nos enriqueció de mil maneras. Con los años creció nuestro afecto y nuestra confianza hasta convertirnos en socios muy cercanos.
¿Era perfecta Lilita? No ¿Servían sus ataques permanentes contra Lorenzetti? ¿O las críticas a funcionarios de mi gobierno? No, no estaban bien. Pero en el contexto de su historia, Lilita hizo el mayor esfuerzo por ser orgánica y fue una de las mejoras defensoras de mi gestión hasta el final. Siempre le voy a estar agradecido.
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Si miramos esto como un proceso infinito, de largo plazo, como un proceso al que le vamos a dedicar nuestras vidas, el panorama cambia: ahí podemos empezar a mirar estos cuatro años como el primer tiempo de una corriente de cambio que sigue viva y puede volver al poder en 2023 para seguir transformando el país en la dirección que queremos y una parte importante de los argentinos nos reclama.
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Juntos por el Cambio tiene chances reales de volver al poder en 2023, pero esta vez con mayorías consolidadas y un mandato más claro sobre los acuerdos que necesitamos para sacar el país adelante.
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Mi trabajo como ex presidente es silencioso. Consiste en ayudar a que sigamos juntos y en empujar el crecimiento de todos los nuevos liderazgos políticos y sociales que compartan nuestros valores. Pero cuidado: mi silencio no es complacencia. Voy a seguir levantando mi voz cuando los arrebatos del gobierno lo hagan necesario.
Mantengo todos mis sueños intactos. Quiero ayudar a que cada uno sea libre de ser el artífice de su destino. Quiero que la iniciativa privada sea el motor del desarrollo argentino. Quiero la mejor educación, la mejor seguridad y la mejor Justicia para mis compatriotas. Creo que estamos más cerca de lo que parece de hacerlos realidad.
Fuente: Infobae