Dolor e impotencia son las sensaciones que se viven en la localidad bonaerense de Carmen de Patagones, que hoy recuerda la llamada ’Tragedia de la Escuela Islas Malvinas’, ocurrida hace diez años.
En plena mañana del 28 de septiembre del 2004, un adolescente de 15 años que cursaba Primer Año descargó 13 disparos dentro del aula, lo que ocasionó la muerte a tres compañeros y graves heridas a otros cinco. Diez años después del fatal tiroteo, se difundió por estos días que el autor de la masacre había admitido que ’desde Séptimo Grado pensaba hacer algo así’ como matar a sus compañeros.
Los periodistas Miguel Braillard y Pablo Morosi reconstruyeron el relato de Rafael Juniors Solich, el muchacho que hace 10 años ingresó al aula de su escuela y acribilló a tres compañeros con el arma de su padre. Juniors admite que estaba enojado con sus compañeros. ’Siempre me molestaron, desde el Jardín’, según el relato que publican los autores del libro ’Juniors. La historia silenciada del autor de la primera masacre escolar de Latinoamérica’. En aquel entonces, Juniors tenía 15 años.
A PRIMERA HORA
A las 7.30 de la mañana del 28 de septiembre del 2004 entró al Instituto Nº2 ‘Islas Malvinas‘ de Carmen de Patagones y disparó contra sus compañeros. El agresor le había sacado el arma a su padre. Rafael descargó el arma contra sus compañeros de aula y también le disparó el kiosquero de la escuela, a quien no alcanzo a herir. Siguió su camino hasta que Dante Peña, compañero de aula y uno de los mejores amigos de Rafael, se le abalanzó y logró quitarle el arma a Solich. Luego, Juniors fue arrestado y trasladado a Bahía Blanca.
En su momento, como era menor, fue declarado inimputable. Apenas cometió el hecho fue a parar a una comisaría local, luego a Prefectura de Ingeniero White, y siguió en institutos de menores y luego en clínicas neuropsiquiátricas. En agosto de 2007 comenzó a tener salidas transitorias que pasaron de 24 a 96 horas semanales. Hoy, Juniors (25 años) pasa más tiempo en su casa de Ensenada, cerca de La Plata (Buenos Aires), que en el sanatorio que lo trata por su trastorno de personalidad.
Antes de la masacre, Juniors había escrito en el pizarrón: ‘Todos deben morir‘. En su banco, se atisbaba la palabra ‘muerte‘ escrita repetidas veces en inglés junto al dibujo de cruces invertidas. La música de Marilyn Manson y su forma de vestir, siempre de negro, son a lo mejor el síntoma de una compleja arquitectura psicológica.
El día de la masacre, el estudiante de Primer Año del Polimodal tenía escondida una pistola Browning calibre 9 mm (perteneciente a su padre, un suboficial de la Prefectura Naval Argentina), dos cargadores y un cuchillo de caza. Sin mediar palabra, se colocó frente a la clase y descargó el arma contra sus compañeros. Cargó de nuevo y disparó hacia el kiosquero de la escuela, a quien no alcanzó.
’Se puso de pie. Dio tres pasos hasta quedar a centímetros del pizarrón. En un movimiento que pareció ensayado, Juniors giró al tiempo que extrajo el arma de uno de los bolsillos internos del abrigo’. Con esas palabras, los autores del libro (que se basa en expedientes judiciales) reconstruyen el momento en el que Juniors cometió los crímenes.
’Cuando no pudo tirar más, Juniors bajó la cabeza y salió, sin mirar’. El relato indica que Juniors quitó el cargador de la Browning que se había quedado sin municiones y lo arrojó detrás de la puerta. Y salió al pasillo mientras colocaba un segundo cargador que tenía en la campera. Al final del corredor vio al kiosquero y le disparó. La bala rebotó en la pared y se incrustó cerca de una puerta.
Dante contó ante la Justicia que tras el primer disparo se parapetó detrás de uno de los bancos y sólo se levantó cuando escuchó ’el ruido de cuando se gatilla y el arma no tiene más balas’. ’¿Qué hiciste?’, le recriminó Dante. Juniors ’estalló en un llanto y se dejó caer de rodillas’.
Los peritos del caso sostienen que hubo una planificación del hecho. El arma reglamentaria de su padre era la posibilidad de reivindicarse después de tantos años de sentirse discriminado por los otros chicos. ‘En la escuela me sentía mal, me cargaban por raro y por el grano que tengo en la nariz‘, confesaría a la jueza Alicia Ramallo, horas después del suceso.
Puntualmente, la tragedia ocurrió después de que los alumnos izaran la bandera. Se dirigieron a sus respectivas aulas. Juniors dejó entrar a sus veintiocho compañeros primero. Luego ingresó él. ‘Hoy va a ser un gran día‘, dicen que susurró y, parado al lado de su banco, comenzó a disparar. Según relataron algunos jóvenes, Juniors solía simular con la mano que les disparaba cuando éstos se burlaban de él. ’Todo lo recuerdo muy bien y hoy, a diez años de vivirlo, siento el mismo dolor’, recuerda con bronca e impotencia Rodrigo Torres, uno de los sobrevivientes.

