El calor golpea fuerte durante las siestas cada vez más secas. Lo único que se escucha es el ensordecedor sonido de las chicharras. Los retamos ya no son suficientes para dar sombra. Los molinos de agua no funcionan y la represa que se alimenta de lluvia está casi seca. Pero todo esto parece no importarles a los niños que habitan Baldes de Funes, un paraje que está en Valle Fértil, a 209 kilómetros de la ciudad de San Juan. Los chicos siguen jugando a la pelota. Si se puede llamar pelota a un cuero deshilachado en el que apenas se pueden descubrir los colores de Boca. La mayoría de ellos se apellida Funes.
La escena casi se repite con los adultos, que para aplacar el calor toman unos mates debajo de techos entretejidos con jarilla y palos. Muchos de ellos también son Funes. Es que casi la mitad de los habitantes del lugar son descendientes de Antonio Funes, el hombre que le dio el nombre al paraje, porque fue quien donó el terreno para construir la escuela y levantó unos 15 molinos de viento para extraer el agua de los "baldes", que son pozos de varios metros de profundidad. Ninguno de estos molinos funciona, al igual que los baldes, excepto el de la escuela del que se extrae el agua con una bomba que funciona con combustible.
El caballo y la carretela continúan siendo el único medio de transporte en este paraje que parece haber clavado su reloj un siglo atrás. Baldes de Funes no figura en los mapas, tampoco hay registros de la llegada de los primeros pobladores al lugar. Es por eso que el pasado de Baldes de Funes es tan incierto como su futuro. Sólo se puede hilvanar su historia a través de lo que narran los pobladores más antiguos.

