Cuando Jacquelinen Chumbita (19) decidió que quería ser policía no pensó que terminaría en el hospital después de un primer día más parecido a la tortura que a la formación profesional. “Es mi sueño, voy a seguir y lo voy a lograr porque sé que puedo hacerlo”, se esperanza esta joven fanática de Racing desde una cama del Hospital Vera Barros, en La Rioja.

 

El lunes 5 de febrero, Jacquelinen (“se escribe así, con la ene final”, le cuenta a Clarín) se levantó a las 3.30 para desayunar con sus hermanos y a las 5 subió a un remís que la llevó a la Escuela de Policía. Ilusionada, esperó ese día ansiosa. Desde que se anotó pasó todas las tardes estudiando el material teórico: “Me pidieron el libro y, como no tenía plata para comprarlo, se lo pedí a mis compañeros. Cada tarde estudiaba y mi mamá me hacía las preguntas. Me saqué un 9,98”, recuerda sobre el examen que la habilitó a iniciar la instrucción.

 

La joven terminó el secundario y pretendía ayudar a su mamá, Graciela Chumbita (59), para sumar ingresos a la casa que comparten en el barrio Las Ágaves de la capital riojana. Graciela se negó: apostó a que pudiera cumplir su anhelo de ser policía.

 

“La comisaria (Adriana) Rodríguez (hoy detenida) nos recibió. Lo primero que nos dijo fue que ya no éramos dueños de nada, de pedir agua, ni de hablar, ni de mirarlos”, recuerda.

 

 

Entre los 83 aspirantes, la falta de recursos económicos era un común denominador. De eso también se aprovecharon y los obligaban a comprar nuevo uniforme, les rompieron la ropa, les escondieron los bolsos y los mandaban de regreso a sus casas si no seguían “cada orden al pie de la letra”.

 

“Primero estuvimos dos horas al sol. Después nos hicieron cambiar, nos daban cinco segundos ¿quién se cambia en cinco segundos? Ya con la ropa de entrenamiento nos tuvieron dos horas con ejercicios ‘cuerpo a tierra, arriba, cuerpo a tierra, arriba’. Luego nos tocó el desayuno, pero nos apuraban, fueron dos minutos que tuvimos. Y otras dos horas de entrenamiento”, detalla  la aspirante.

 

Cuando los 40 grados de sensación térmica empezaron a arder en la cancha de básquet, llamada “La Sartén”, empezaron a descomponerse los primeros alumnos. “Déjenlos que se mueran, están haciendo acting”, les advertían al resto de los cadetes mientras veían caer a sus compañeros. “Nos decían que si los ayudábamos nos íbamos de baja con ellos. Teníamos mucha sed y nos hicieron trotar alrededor de la pileta de agua sucia sabiendo que íbamos a tomar. Había sapos, estaba verde”, describió Jacquelinen.

 

Al tiempo que se daban ánimos entre los compañeros, los instructores les gritaban “¡Abandonen!” y “¡No sirven para esto!”, entre otras frases para desalentarlos.

 

“En un momento nos mandaron a bañar y cuando salí de la ducha me habían escondido el bolso, me rompieron la camisa. A varios nos hicieron eso”, acota la joven, que vivió ese momento con desesperación porque no la dejarían seguir en la instrucción sin su uniforme reglamentario.

 

Cerca de las 14, cuando la joven de 19 años llegó a su casa, Graciela, su mamá, intentó retenerla. Es enfermera y enseguida le vio las piernas moradas y con quemaduras, la cara pálida y su desesperación por tomar agua. Dice que, en pocos minutos, habría tomado unos cuatro litros que después vomitó.

 

“No le hice caso a mi mamá y me volví a la escuela. Ahí empezó otra vez la tortura, con el calor que hacía. Nos hicieron acostar en el piso, poner las piernas a 90 grados, sin tomar agua, al rayo del sol. Deseaba el agua y adelante nuestro se ponían a tomar. Entonces me acerqué a una de las instructoras y le indiqué que me estaba por descomponer, me dijo que estaba mintiendo, que cómo podía saber que me iba a desmayar”, afirma sobre el instante en que se agotó.

 

 

Cuando ella cayó al suelo, un oficial subinspector ahora detenido les dijo a los cadetes: “Déjenla que se muera, tírenla a un costado que va a ser una menos”.

 

Los cadetes de 2° y 3° año la llevaron al baño. “Inconsciente y totalmente mareada me hicieron firmar un papel que, supe después, era la baja. Yo no sabía, no estaba en condiciones de decidir eso, pero el gobernador (Sergio Casas) me prometió que eso no iba a ser tenido en cuenta y que voy a poder volver cuando esté bien”, se esperanza la joven.

 

Según recuerda desde su habitación en el hospital, mientras estaba descompuesta en el baño, mojaron el piso con agua enjabonada y le golpearon los tobillos con un palo hasta que cayó y no pudo levantarse. “Me llevaron a la alcaidía y ahí no sé si un médico, o quién, me dijo que me fuera, que no tenía nada”, asegura.

 

Fue poco después, cuando terminó la jornada, que una compañera de la escuela la vio “tan pálida” en la puerta que la subió a su moto y la llevó al hospital: “Perdí el conocimiento, me desperté el martes y me enteré que Emanuel estaba grave. Tuve una deshidratación aguda, todavía tengo suero y de a poco me empezaron a funcionar los riñones. Pero sigo con el problema en los músculos. Recién el viernes quizá me dan el alta”.

 

Esta tarde, nueve días después de la jornada que le costó la vida a Emanuel Garay (18), quedaban otros tres internados en el Hospital Vera Barros, además de Jacquelinen. Y en Córdoba, Luis Oropel (25), uno de los más delicados, se reponía después de haber estado con respirador y diálisis.