A estas horas en España, todos hablan maravillas de Adolfo, duque de Suárez. Pero en tiempos de su designación por el rey Juan Carlos como presidente del gobierno español (el más joven de todos los candidatos posibles), y luego ratificado en las primeras elecciones libres en 40 años, el 15 de junio de 1977, numerosos políticos buscaron hacerle la vida imposible. Muy a pesar del célebre Pacto de la Moncloa que definía las reglas de acción para todo el arco parlamentario español. Pero su papel de gobernante moderno, innovador, dialoguista, respetuoso de sus adversarios, brilló por encima de todos los demás.

DIARIO DE CUYO ya se ocupó de la biografía de Suárez y por ello no es necesario ahondar en ella. Pero quien esto escribe tuvo oportunidad de entrevistarlo en dos ocasiones, la última de ellas en su despacho de abogado, ya retirado de la política a mediados de los años 90. Se ha escrito mucho sobre él, de su papel en la recuperación de la democracia y la defensa de la libertad y de los derechos humanos en España.

Y la coincidencia de sus dos presidencias con la época de la dictadura argentina, permitió demostrar en varias ocasiones su presión para que se retornara lo más pronto posible a la democracia en nuestro país. Primero lo había hecho el rey, delante de Jorge Videla en Buenos Aires. Alguien dijo que Suárez tuvo ‘el coraje y la imaginación de encontrar fórmulas inéditas’ para encaminar España tras casi cuatro décadas de dictadura y aislamiento internacional.

Quizá esa frase defina bastante su papel a lo largo de los traumáticos años de la transición, a pesar de haber sido el último secretario general del movimiento falangista que sostenía ideológicamente a Francisco Franco.

Y si bien Suárez prefería no hablar de sí mismo, admitió en la entrevista con este periodista que el arduo trabajo de aquellos años ‘fue mucho más difícil de lo que muchos creen’. Durante este encuentro con el expresidente que acaba de fallecer, se mostró modesto, lejano y cercano al mismo tiempo de sus años de protagonismo. Y cuando se habló de la transición, su mirada larga y detenida recordaba la estampa de los que sienten que están por encima del bien y del mal, orlado con la estela de su papel decisivo en la historia reciente de todos los españoles.

Al preguntarle si estaba de acuerdo con todo lo que se había escrito sobre esa etapa clave entre la dictadura y la democracia, Adolfo Suárez admitió que había leído la mayoría de los libros publicados sobre el tema, pero que no se había dicho ‘toda la verdad’.

‘Llevo muy avanzadas las mías’, confesó, para luego aclarar: ‘Pero puede estar seguro que no ocultaré nada, no pienso dejar nada fuera. Documentaré todo lo que diga, absolutamente todo’.

Por momentos parecía vigilar desde su despacho particular los caminos que se abrieron aquellos años en los que su figura, al amparo del rey Juan Carlos, encabezó los profundos cambios que cambiaron el país.

Estaba convencido de que ‘los españoles no olvidan lo que se hizo, a pesar de que pasen los años’. Después de una larga enfermedad, y de padecer el mal de Alzheimer, dejó de existir. Hoy los españoles vuelven a unirse, después de muchos años, y lo despiden al unísono como un prócer.