Fue una fiesta con todos los ingredientes de una movilización sindical: miles de personas en una tarde de calor inesperado, un desborde de bombos que impedían escuchar el discurso, los carteles que imposibilitaban ver el palco y una pasión manifiesta por celebrar los dichos de Moyano. Fue un acto masivo, ordenado y pacífico, lo que no es poco para una concentración de miles de personas reunidas en una virtual ‘zona liberada‘ de vigilancia policial uniformada Federal y Metropolitana.

Miles de trabajadores del sector moyanista de la CGT y de la Azul y Blanca, de Luis Barrionuevo, y militantes de partidos de izquierda ocuparon algo más de un tercio de la Plaza de Mayo y obligaron a muchos a permanecer en las avenidas cercanas.

Fue una marcha centrada en la vasta capacidad de movilización y entusiasmo del Sindicato de Camioneros y la personalidad de Hugo Moyano. Ese gremio fue el mayor aportante a la marcha con una columna sólida de varias cuadras que ingresó por Diagonal Sur, ocupó toda el área a la izquierda del palco y desbordó la zona del Cabildo y las calles contiguas.

El gremio no portó carteles ni pancartas con reclamos, aunque muchos integrantes llevaban pecheras blancas con las inscripciones: ‘No al impuesto al trabajo‘, ‘Sí al salario familiar para todos‘. Respondieron disciplinadamente a las críticas de Moyano al Gobierno nacional con la consigna: ‘Olé, olé, olé, Hugo, Hugo‘.

Los camioneros ingresaron a la plaza con el canto: ‘El día que me muera quiero mi cajón pintado blanco y verde (la bandera del sindicato) como mi corazón‘. Detrás de ellos también estaban el gremio de Dragado y Balizamiento, del moyanista Juan Carlos Schmidt, Judiciales, de Julio Piumato y UATRE, de Gerónimo Venegas. Aportaron también sus contingentes los sindicatos de Canillitas, Textiles, Cerámicos, Taxistas de Capital, La Bancaria, Unión Ferroviaria y la Asociación Sindical de Motoqueros.

Por la Avenida de Mayo, se movieron los gremios barrionuevistas, junto a los municipales y organizaciones sociales como Barrios de Pie, pero a ellos se sumaron una nueva afluencia de camioneros que pugnaban por un lugar cercano a la plaza. Por las dudas, tendieron una línea de protección compuesta de jóvenes con rostros tapados y palos cortos en la mano, vigilando la eventualidad de un conflicto con sus vecinos gremiales. Cuando el sol se iba y los manifestantes ya habían ganado los colectivos para volverse, sólo quedaban en las calles restos de papeles, botellas vacías y alguna que otra pancarta abandonada.