Hoy leemos en comunidad el evangelio de San Juan 6, 16-21: “Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al mar, embarcaron y empezaron la travesía hacia Cafarnaúm. Era ya noche cerrada, y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba un viento fuerte, y el lago se iba encrespando.

Habían remado unos veinticinco o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: “Soy yo, no teman”.

Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra en seguida, en el sitio a donde iban.

Jesús después de la multiplicación de los panes y los peces, mientras él despedía a los allí presentes, pidió a sus discípulos que fueran en barca a la otra orilla. En medio del trayecto, las aguas se encresparon lo que provocó un cierto miedo en los discípulos. Como sabemos, el miedo paraliza, bloquea, nos pone en “punto muerto”. Y si algo ha vencido Jesús Resucitado, es el miedo: a la muerte, al mal, al pecado. Y quien posee a Dios en su corazón, sabe que el logro de sus objetivos se ubica exactamente al otro lado del miedo. 

El coraje es un don, y lo da Dios para realizar grandes obras virtuosas. Decía el poeta argentino Jorge Luis Borges en “Milonga para Jacinto Chiclana”: “Entre las cosas hay una/ de la que no se arrepiente/ nadie en la tierra, esa cosa/ es haber sido valiente”.

En medio de esta situación de zozobra, Jesús se acercó a sus discípulos andando por las aguas del lago. Ellos no lo reconocen y piensan que es un fantasma, lo que aumenta su temor. Imaginemos la situación: creer que Jesús pueda ser un fantasma o espíritu vagabundo. Sería un caos, una derrota. Pero no; hay identidad entre el Crucificado y el Resucitado. Es el mismo Jesús. El mismo que se apareció a Tomás y le hará salir de la incredulidad. El mismo que camina por las aguas. 

El Señor tuvo que serenarles: “Soy yo, no teman”. Y la paz volvió a sus corazones. Jesús no los había abandonado. Seguía con ellos. Al fin y al cabo, eran sus “elegidos”, sus preferidos. Sólo desde el corazón en paz se puede evangelizar y estar disponible para la Misión. Sólo desde la paz construimos nuestro proyecto de vida. Esa paz es don y tarea a la vez. “Tranquilidad en el orden” decía san Agustín en el siglo IV.

Una entrañable reacción de Jesús para sus seguidores de todos los tiempos. Él nos ha prometido que va a estar con nosotros siempre y que nada ni nadie nos podrá separar de su amor y de su presencia. En momentos de oscuridad, él saldrá a nuestro encuentro para decirnos: “Soy yo, no teman”, sigo con ustedes.

¿Qué nos da miedo en la vida? ¿Qué da inseguridad? ¿La falta de dinero, de salud, de trabajo, la falta de afectos? Hay una dosis de miedo a perder lo que amamos, miedo a no ser reconocidos, a ser olvidados, a no ser acudidos cuando estamos enfermos, etc. 

Dios es el único que nos da seguridad plena. En El, Divina Providencia, es donde hay amor “incondicional”, amor desinteresado que da hasta el extremo. Pongamos toda nuestra confianza en Él. Porque nuestros nombres -el de cada uno- están escritos en la palma de sus manos.

 

Por el Pbro. Dr. José Juan García