No sé si alguno de ellos ha quedado en el abrazo de dos arterias. La figura de ese redondo y robusto tacho rojo con sombrero y atenta boca lentamente a ido desapareciendo. 

De la época de los teléfonos a disco, donde el dedo índice daba la vuelta al mundo montado en la esperanza de encontrar la palabra anhelada (hoy ancianos descartados por la prepotencia invasora de los celulares), el buzón carmín de los tangos se ha ido arrinconando, humilde en los arrabales de las ciudades, para hallar en alguna chacarita el consuelo al “dolor de ya no ser”, como sentenciaba desde una historia de música sublime el tango de Gardel.

Infinidad de leyendas se han tejido acerca de ellos. Cuentan los memoriosos que en sus primeros pasos pocos se animaban a confiarles una carta, recelosos de que se perdiera en su tubular misterio, y de este modo una declaración de amor se estrujara en silencios. 

Con el tiempo, fuimos comprendiendo que eran indoblegablemente fieles, que jamás una endecha de amor ensobrado se perdería; que el papel muchas veces perfumado llegaba a destino con todo su soplo de amor; que la angustia de no recibir la esperada respuesta, no empañaba la certeza de que la misiva había sido entregada. 

Algunos aseguran que hubo personas que tenían vergüenza de que las vieran depositar una carta. Otros juran haber visto algún hombre melancólico hablarles como quien habla a un amigo. Otro meter la mano en la insondable boca retráctil, tratando de recuperar la carta que acababa de depositar y acto seguido se arrepintiera de enviar, como tantos remordimiento tardíos. 

Buzón y esquina fueron inseparables y aún lo son en la nostalgia. Una es nada sin el otro. Las ochavas que no gozaban de buzones, fueron pájaros sin hogar; perdidas han quedado en enredos de soledad, desnudas de guardianes y compañía. Y hasta se rumorea que cuando algún vándalo trató de incendiar uno de esos depósitos de ilusiones, la esquina se las ingenió para alertar al policía de la cuadra con un llamado desgarrador encaramado a un gorrión, y lo salvó. Alguien asegura que cuando en un buzón caían dos misivas de amor dirigidas por amantes diferentes a la misma persona, las cartas se disputan el romance en su interior, en sorda batalla, y jamás ninguna llegaba a destino. Y que un nene que no durmió el 6 de enero vio a Papá Noel abrir el sueño rojo y volar de ahí.

Ningún objeto atesora tantos sentimientos como un buzón: historias de romances frustrados y declaraciones de amor no correspondido; noticias de desastres e imágenes de recién nacidos, arman refugios multicolores en su inescrutable interior, claroscuros e historias ocultas, perfumes y lágrimas escritas. Esas cosas de la vida. 

 

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete